“El género documental es una herramienta para contar historias”, señala Carles Bover (Palma, 1991), quien, tras acabar el máster en esta especialidad, decidió cruzar la Franja de Gaza y narrar aquello que ocurre cuando la invade el silencio, cuando las cámaras se van tras los bombardeos, dejando atrás la destrucción y la desolación.
Carles Bover
Foto: Ismael Velázquez, Ara Balears
El ganador al Goya por el corto documental “Gaza”, y recién galardonado en los Premios Feroz por “Hijos de África”, nos invita a ponernos en los zapatos del otro, de alguien cuya vida nos es tan ajena y remota. “Es muy difícil prejuzgar y cuestionar a alguien que ya lo ha perdido todo, piensas que tu nunca lo harías, pero te tendrías que ver en según que situaciones para ver cómo actuarías, si no te queda otra manera de luchar”.
Y así comienza nuestra entrevista sobre la tierra doblemente prometida. Un territorio ubicado entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, considerado sagrado tanto por musulmanes, judíos y católicos. Un lugar que ha pasado de mano en mano, desde ser parte del Imperio Otomano a recibir el mandato del Reino Unido, para finalmente darse de bruces con un conflicto que parece no tener fin: la formación del Estado de Israel en 1948 y la consecuente desaparición de la mayor parte del territorio palestino.
Bover decidió aventurarse en el corazón del conflicto junto a su compañero, Julio Pérez del Campo, para grabar su primera obra documental con un objetivo claro: plasmar las consecuencias del conflicto cuando los bombardeos cesan y los medios miran hacia otro lado. Dejar constancia de la desigualdad a la que continúa sujeta la Franja de Gaza cuando las cámaras se marchan de ahí.
Barrio Beit Hanoun destruido, Franja de Gaza
Foto: Carles Bover
La realidad es que Palestina no contaba con un gobierno cuando se decidió la formación del Estado de Israel, ¿puede que aquello facilitara las cosas para legitimarlo? El cineasta señala que “igual que pasó en África en su momento, esa zona no dejó de ser una división de territorios hecha por los países occidentales que tenían intereses por los recursos naturales de la zona y su situación geopolítica, lo que acabó evidenciándose con la creación de Israel.”
La franja de Gaza sufre un bloqueo por tierra, mar y aire desde 2007, “no permiten la entrada ni salida de personas, víveres ni recursos sin la supervisión de Israel”, por lo que llegar ahí ya fue todo un reto para Bóver y su equipo, quienes tenían planeado entrar por Egipto cuando un golpe de estado truncó sus planes, “eso hizo que muchos de los voluntarios con los que íbamos a ir, como Manu Pineda, no pudieran acompañarnos, porque estaban en las listas negras de Israel y no podían entrar.”
Israel fue entonces su punto de entrada, y Cisjordania donde comienzan a grabar su documental, más exactamente en el casco antiguo de Hebrón, “una zona en la que conviven colonos y palestinos. Los colonos son israelitas que viven en Territorio Palestino, son radicales que cobran por estar en territorio ocupado y llevar a cabo esa parte de expulsión de la tierra de los palestinos”, señala, explicando que “esa zona está controlada por el ejército israelí. Ahí fue, precisamente, cuando se toparon con una pintada en la puerta de un colegio que dio nombre a su largometraje:“Gas the arabs”.
Pintada en la escuela de los niños de Hebrón
Foto: Carles Bover
¿Es mejor huir, en una situación así, o resistir aunque te vaya la vida en ello? “El hecho de quedarse ahí es un acto de resistencia. Uno de los hombres al que entrevistamos murió meses después a causa de gases lacrimógenos distribuidos en la zona donde vivía”.
Según Antonio Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas, “Gaza es la prisión más grande de la tierra, es el infierno en la tierra”. Alrededor de 1,6 millones de personas viven en una zona “que vendría a ser el doble de población que ahora está en Mallorca metida en la mitad de Menorca, la prisión abierta más grande del mundo”, recalca el cineasta, quien, preocupado, señala que “la fecha límite en la que esto sea insostenible está cada vez más cerca.”
Desde el año 2007, Gaza está gobernada de facto por Hamás, considerada como una organización terrorista por muchos países e instituciones internacionales, incluida la Unión Europea. En mayo de 2021, la franja de Gaza e Israel protagonizaron un enfrentamiento que duró 11 días, durante los cuales grupos armados lanzaron desde la franja más de 4.300 cohetes, dirigidos a ciudades y poblaciones del centro y sur de Israel. Por su parte, el ejército israelí provocó 1.500 bombardeos aéreos sobre este territorio, según cifras de un informe de la ONU.
Niños en la calle cerca de un hospital destruido de AlShawa
Foto: Carles Bover
“Mucha parte de la población no está a favor de Hamás porque saben que al final son el bando más pequeño y la represalia siempre es mucho peor. Pero tildar de terrorista a Hammás por defender según que cosas… Tú dirías que no lo harías así, pero supongo que hay un momento que ya no tienes nada que perder, lo único que queda es lanzar misiles. Los que gobiernan deciden que la única manera de seguir resistiendo es atacando, y cada vez que eso pasa afecta de una manera muy superficial a Israel, en cambio la Franja de Gaza sufre bombardeos masivos donde no sólo muere parte de la población civil, sino que se destruyen cosas tan básicas como hospitales, colegios, edificios de carácter religioso…”, señala Bover ante un conflicto con un clima de tensión extenso que lleva cociéndose desde principios del siglo XX, y que llegó a su punto de ebullición el 14 de mayo de 1948, fecha en la que se declaró la formación del estado de Israel.
Una tierra que se tornó la dicha de una sociedad, la sociedad judía, que llevaba años huyendo de pogromos, expulsiones, maltratos y destrucción… Que acudió en búsqueda de una tierra que les prometía un futuro mejor, y que ha acabado siendo, en algunas zonas y para otros, el territorio del terror. Como bien decía el fotógrafo Oliviero Toscani: "Pero si los palestinos son los judíos de hoy, sin tierra, diseminados en una diáspora."
Y así, el título que da nombre a la obra de Julia Navarro, “Dispara, yo ya estoy muerto”, cobra sentido y vida tras tantas historias de ambos “bandos”, por denominarlo de alguna manera, a un conflicto que, cuando comienzas a adentrarte en él, no puedes más que rendirte a sus historias y entender un pedazo de cada una. Una tierra prometida, la promesa de un hogar que nunca parecía llegar, versus una población que había sido supeditada tantas veces, que nunca se preocupó por gobernarse a sí misma.
I. Blokker
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